«El hombre es la medida de todas las cosas.»
Protágoras

Ciertas campañas publicitarias actualmente en vigencia en diversos medios masivos de comunicación han puesto de manifiesto lo que es un secreto a voces. La tendencia sostenida de las personas integrantes de nuestras sociedades hacia un post narcisismo nihilista, luego de ejercitar durante varias décadas un dedicado narcisismo, va a dejar a los niños que están naciendo sin la posibilidad de conocer a sus abuelos.
Más allá de la terminología psicológica actualmente en vigencia, recordemos que se llama culturalmente narcisismo a una tendencia de la persona a darse demasiada importancia a sí misma, quitando, al hacerlo, importancia al resto de las personas. Así, la balanza entre el sí mismo y el prójimo se encuentra, en el narcisista, totalmente inclinada hacia el sí mismo. Por supuesto, no hablamos aquí ni nos referimos a la patología narcisista propuesta por Freud, de las cual los psicólogos y psiquiatras han de conocer en detalle, sino de una característica social generalmente no patológica —aunque puede llegar a serlo— de las personas. Cuando el narcisista ejerce dicha característica, al modo de una especie de sofisticada egolatría personal, se pone a sí mismo por sobre todas las cosas, restándole relevancia al prójimo y al mundo en que vive. El cree ser como un dios, un dios menor. Todo lo que sucede debe suceder en función de sus necesidades y anhelos; el narcisista se cree el centro del Universo. Por supuesto, pobrecito, en su afán ególatra el narcisista no se da cuenta de que su universo es una esfera que tiene medio metro de radio.


La tendencia actual de las personas a pensar primordialmente en sí mismas, en buscar un bienestar fundamentado en los bienes materiales y en el placer sensible corporal, en evitar olvidarse un poco de sí mismas para ocuparse de otras personsa —lo cual incluye entre otras actividades a la paternidad— está haciendo que el hecho de ser padres se postergue cada vez más, ejercitándose dicha acción sobre el límite de la edad corporal biológica recomendada para ello; usualmente sobre los 40 años e incluso más allá. Padres cuarentones con niños recién nacidos, he ahí una realidad hacia donde la sociedad se conduce. Ciertas medios publicitarios, decíamos, manifiestan este hecho poniendo —en su afán amoral— como modelo paradigmático del ser padre o madre a personas de más de 40 años que tienen hijos recién nacidos. Estos niños, ¡qué triste!, si la tendencia se acentúa, crecerán sin abuelos.

Probémoslo. Si el padre de un niño recién nacido ronda los cuarenta años o los sobrepasa, y el niño adquiere, a su vez, una personalidad narcisista por influjo de sus padres o de las “enseñanzas” de la sociedad, es probable que él también tenga hijos cerca del límite de la edad biológica recomendada para ello. Digamos, entonces, que un hijo de un padre narcisista será probablemente también narcisista y, siguiendo un simple modelo, al nacer su nieto, producto de un hijo que también tuvo su hijo cerca de los cuarenta años, tendrá ochenta años. Cerca de la expectativa de vida actual. Ese niño no tendrá abuelos, y si los tiene, ya al límite de su vida, no podrán “ejercer” de abuelos. La decadencia actual del ser humano se conduce a dejar a los niños sin uno de los elementos más valiosos de su crianza: el tiempo con sus abuelos. Estos, padres experimentados, son un componente vital en la vida de todo niño por la especial relación que se construye entre ellos, relación próspera en la enseñanza de valores, verdades y experiencia de vida.

Pero eso no es todo. El narcisista ve en el hecho de tener a un hijo un “trabajo“ o un “sacrificio“ que le quita tiempo a su auto celebración ególatra, a su búsqueda frenética de bienestar materialista y hedonista. Tener un hijo, para ellos, es tener que “sacrificar” su hedonismo materialista en aras de una tarea menor: criar y educar a otro ser humano. Pero cuando el niño nace, como la magia no existe, el narcisista no deja de ser tal, sino que lo sigue siendo en forma agravada, desarrollándose lo que yo llamo post narcisismo nihilista. Dado que el niño es un “enemigo” que atenta contra la egolatría personal de los padres, y presupuesto el hecho de que un padre no puede permitirse pensar en forma consciente que su propio hijo es un enemigo que atenta contra su estrategia narcisista o contra sus intereses egoístas, construye un nuevo modelo de narcisismo agravado, moderado en las apariencias exteriores pero profundizado en sus disfuncionalidades. Estos padres, así, transcienden el narcisismo clásico llegando a un post narcisismo donde el narcisismo inicial es disimulado, agravándose sin embargo el cuadro de fondo.


Esta perversa simulación no logra que los actos genuinos de criar y educar a los hijos aparezcan en el menú de este tipo de padres. Por ello, el padre post narcisista, nacido del narcisismo clásico, simula cuidar y criar al hijo, pero en el fondo no lo hace. Lo abandona simulando cuidarlo. Se perfecciona como un actor, como un artista de la simulación del ser padre, pero el hijo realmente no tiene ningún padre. La masiva entrada de los pre adolescentes a las drogas no tiene otra causa que esta: el abandono de los padres de sus responsabilidades como padres. Este post narcisismo se hace, por ende, nihilista.

Recordemos que la palabra nihil proviene del latín y significa “nada”. El nihilismo es una postura, explícita o implícita, consciente o inconsciente, en la que nada tiene sentido, en la que no hay valores, no hay moral ni verdad. El padre que “actúa” de padre, que simula serlo, en el fondo es profundamente nihilista pues no encuentra sentido a su vida ni a su ser padre, dado que para él, el nuevo niño lo único que hace es atentar contra su sofisticada estrategia ególatra. Pero debe simular ser padre, es decir, simular algo en lo que no cree, y solamente puede hacerlo sin nada tiene sentido, si todo es vano, salvo él, inmerso en su post narcicismo nihilista. Solamente puede simular aquél en quien la verdad y el bien no se ha encarnado: el nihilista.

Los niños de estos matrimonios aprenden rápidamente la jerarquía de “valores” de sus padres, buscando constantemente el pseudo bienestar que proponen los bienes materiales, ejercitando un individualismo extremo y una desconexión alarmantemente nihilista con respecto a las cosas importantes de la vida y del mundo.
¿Y dónde estarán los abuelos, acaso los únicos que podrían salvarlos del abismo? No los tendrán, y si los tienen serán octogenarios.

Por Hugo Landolfi