Pensaba que si nuestras actitudes o palabras son reactivas, la agenda de lo que hacemos la dicta otra persona; aquél sobre cuyas acciones o palabras reaccionamos. Así, no somos genuinos. Tampoco humanos. El animal que todos llevamos dentro muestra sus dientes allí.

Sin embargo, si puedo tener acciones y palabras genuinas que no dependan ni estén condicionadas por lo que otros hacen, allí podremos ser genuinos. Allí brillará nuestra humanidad. Habremos colgado en el placard nuestro traje de animal para ser genuinamente seres humanos.

Tal vez eso haya querido decir Jesucristo cuando nos invitó a «poner la otra mejilla». Poner la otra mejilla indica que si bien podemos devolver el golpe ante el cachetazo, también podemos no hacerlo haciendo otra cosa, dado que finalmente somos nosotros los que elegimos nuestras acciones. «Poner la otra mejilla» significa «tú eliges tus acciones, aunque te peguen«. Vivir en la conciencia constante de que nuestras acciones dependen de nuestra voluntad, de nuestras elecciones, y no de lo que sucede a nuestro alrededor, seguramente nos conducirá por el camino de perfeccionarnos en el difícil arte de ser un ser humano.