No es raro escuchar mencionar el término «persona de fé«. ¿Pero qué es verdaderamente ser una persona de fé? Y mucho más importante: ¿Qué implica ser una persona de fé? Veamos si podemos encontrar algunas respuestas. Que quede claro que hablamos de fé en sentido religioso, y no en otros sentidos menores relacionados con otros aspectos del ser humano.

La fé es un conocimiento que se dá al ser humano y que sobrepasa su capacidad natural y limitada de conocer. Esto significa que no se opone a la razón o al razonamiento, sino que la supera, no pudiendo nuestro conocimiento finito y limitado acceder a la misma por su intrínseca limitación. Por eso la fé no es algo oscuro, como a veces se la interpreta, como algo que se opone a la razón humana, sino que algo de extrema claridad que nuestra inteligencia limitada no puede abarcar. Es su extrema luminosidad y no su supuesta oscuridad lo que hace que no podamos entenderla con nuestro conocimiento limitado y finito. Los contenidos de fé son sumamente inteligibles en sí mismos pero no lo son para nosotros. Aquí muere toda pretención racionalista del ser humano, dado que una potencia de conocimiento finita y limitada, como lo es nuestra inteligencia, no puede aspirar a conocer lo infinito, lo que la sobrepasa ampliamente. Por eso la autoridad de quien brinda los conocimientos de fé (quien la revela) es esencial para su credibilidad.

Que los contenidos de fé no puedan ser entendidos por nosotros no significa que sean irracionales sino todo lo contrario: deben ser razonables. Aunque ellos mismos no puedan ser entendidos por nosotros, deben ser, sin embargo, «razonables». En filosofía se llama a estos conocimientos «preámbulos de fé«. Son un grupo de conocimientos filosóficos que nos permiten vislumbrar la razonabilidad de la fé, de lo que revela en ella.

Ser una persona de fé implica tener una férrea confianza en el autor de los contenidos de fé. En el caso de la fé religiosa, el autor es Dios. Pero ser una persona de fé no implica solamente adherir a la confianza en el autor para asimilar los conocimientos revelados, sino que especialmente significa vivir y actuar conforme a ellos. Por eso, la persona de fé no solamente adhiere y está de acuerdo con la verdad revelada sino que vive su vida cotidiana regido por tales principios. La fé en él se hace obras. De este modo podemos entender que la fé no es un ejercicio solamente intelectual, sino que es esencialmente un ejercicio de la voluntad que debe plasmar tales conocimientos en los actos y obras de nuestra vida diaria.

Por ello, las implicancias de ser una verdadera persona de fé son notables ya que es en la vida diaria de quien lo es, en sus actos y obras cotidianos, donde se ha de manifestar la supuesta fé. Si esto no ocurre, no se será una persona de fé genuina, como tampoco es pianista quien sabe tocar el piano pero nunca se sienta a tocar el instrumento. Saber y no actuar en consecuencia, es no saber. Y si la fé nos da un saber pero no actuamos en consecuencia, ¿no será que nuestra supuesta fé tambalea? Sin embargo, no apaguemos la mecha que humea, sino que volvamos a encenderla.