Dentro del mundo de la consultoría en empresas o dentro del pensamiento de los más grandes “expertos” en liderazgo del mundo, aparece una y otra vez una palabra y una búsqueda: el entusiasmo. También se manifiesta el mismo como un modo de estimular a los alumnos en las escuelas. Todos buscan el entusiasmo como si fuera una piedra preciosa: generarlo, promoverlo, que no decaiga, que se mantenga, que subsista. Es difícil lograrlo realmente. Porque el entusiasmo se comporta siempre como un enfermo terminal que se muere a cada rato y al cual hay que “reanimar”. Por supuesto, los consultores contratados para realizar esta tarea tienen trabajo permanente, para felicidad de ellos. El problema es que no generan nada “sustentable”. Simple venta de humo.

Sin embargo, me permito una reflexión que quiero compartir con ustedes: ¿Fueron logradas en base al entusiasmo las cosas importantes y permanentes que cada uno de nosotros hemos alcanzado en nuestra vida, o en cambio fueron más el producto de lo que hicimos “luego” de que el entusiasmo se apagara?

Los que estamos en pareja o casados hace muchos años y tenemos una familia con niños: ¿El éxito de la misma se debió al entusiasmo o enamoramiento inicial, que duró ciertamente poco, o a lo que supimos hacer luego de que el enamoramiento inicial se desvaneciera?

Los que somos empresarios, escribimos un libro, compusimos canciones, pintamos cuadros o realizamos cualquier proyecto de envergadura: ¿El logro del mismo de debió al entusiasmo inicial o al modo en que mantuvimos nuestro ritmo de trabajo, nuestro compromiso y nuestras convicciones luego de que el entusiasmo se desvaneciera?

Si la mayoría de las cosas importantes y de más valor que una persona hizo en su vida se hicieron, no bajo el influjo del entusiasmo sino, más bien, bajo el influjo de las cualidades operativas que tenía la persona luego de que el entusiasmo se hubiera ido, es menester hacernos una pregunta: ¿Por qué le damos tanta importancia al entusiasmo? La verdad es que no sirve mucho para nada. Es otro modo de adiestramiento educativo y relacional que reduce al ser humano a un simple animal del cual se busca su entusiasmo mediante la provisión de premios adecuados. Entusiasmarlo para utilizarlo. Simple utilitarismo.

Con el entusiasmo se logran inspiraciones de corto alcance: un buen párrafo para quien escribe un libro, pero nunca el libro completo; un buen compás para quien compone música, pero nunca un disco completo; una tarde de pasión para una pareja enamorada, pero nunca una familia con hijos bien educada bajo valores humanos; una breve suba de ventas o de efectividad en un equipo de trabajo, pero nunca una suba sostenida que haga una verdadera diferencia cuando cierre el año fiscal.

No es que el entusiasmo en la vida del hombre no sea importante. El problema radica en cuando confiamos al entusiasmo cosas que no pueden confiársele. El entusiasmo es un epifenómeno emocional del hombre, lo cual lo inscribe dentro del ámbito de su cuerpo animal y no tanto de su alma espiritual. Al hacerse de él un “rey”, lo que hacemos es animalizar al hombre, pues nos olvidamos de su inteligencia pero fundamentalmente de su voluntad, genuina potencia del alma que puede seguir operando cuando el entusiasmo se halla ido.

Por otro lado, estratégicamente, lo que se logra con el entusiasmo es de tiro corto y escasísima duración. El entusiasmo se “nos muere” a cada rato. Parece algo que ni bien nace, se obsesiona por morir. ¿Cómo puede el hombre confiar en una herramienta tal para lograr grandes cosas? Solamente un hombre animalizado, llevado al entusiasmo por educadores o consultores que entienden al hombre como un animal, usualmente provenientes de diversas áreas de la psicología que no entienden mucho del hombre integralmente considerado, puede recorrer ese absurdo camino.

Lo primero en el hombre es su alma espiritual, y solamente con la adecuada educación y formación de la misma puede el hombre ser en verdad hombre y lograr cosas más allá del corto impulso que puede tener la oleada de energía animal que provee el entusiasmo. Por supuesto, bienvenida sea cuando ella venga, pero si confiamos solamente en ella estaremos perdidos de antemano. Como dice el dicho: “Que el entusiasmo nos encuentre trabajando”.

Pero las psicologías que entienden al hombre como un animal se imponen, tanto en educación como en consultoría y liderazgo. Es menester, entonces, que apuntemos a recuperar al ser humano que es el ser humano, y para ello lo primero es que tomemos conciencia del problema.