En estos multifacéticos y erráticos tiempos que nos tocan vivir es tan común y habitual escuchar hablar, en diversos medios y bajo las mas variadas situaciones, sobre los líderes y el liderazgo, que pareciera ser que este es el tema mas importante y relevante dentro de la compleja y entramada temática de la efectividad y perfecciones humanos. Pero esta variedad de manifestaciones acerca de estos temas incluye necesariamente también una gran variedad de concepciones equivocadas, perimidas o desactualizadas sobre lo que efectiva y verdaderamente significa ser un líder.

Pero el tema no culmina allí pues nuestra cultura nos ha hecho creer además que hoy todos son o deberían ser líderes: los políticos, los empresarios, los buenos profesores, los gerentes, los padres de familia, los vendedores, los deportistas, etc. Esta obligatoriedad cultural que nos empuja a ser líderes termina logrando la formación de una “cáscara” de liderazgo, dado que no todas las personas desean dedicar el tiempo de estudio y preparación que lleva a lograrlo. Queremos resultados rápidos y tomamos cursos de liderazgo que duran algunas horas; o bien leemos un libro que nos detalla las 10 técnicas que nos llevaran a conformarnos como líderes. Pero como la magia no existe y nadie puede transformarse en un autentico líder si no inicia un profundo camino de autoconocimiento y desarrollo personal en vías a la excelencia, las personas al menos se contentan con parecerlo. En el liderazgo también, entonces, se hace presente el gran drama de nuestros tiempos: no es “ser” lo que nos importa sino “parecer”. Si es muy arduo y tedioso transformarnos en verdaderos líderes al menos tratemos de parecer externamente líderes.

Como en toda disciplina humana, en el tema del liderazgo existen diversas concepciones acerca de lo que es y de cómo se llega a serlo pero, como también sucede en toda disciplina humana, encontramos numerosas concepciones erróneas, algunas que combinan algunas verdades con algunos errores conceptuales y algunas otras escasas que llegan a arañar cierta verdad.

A mi manera de ver, el liderazgo no debe entenderse como una metodología para conducir a otras personas ciegamente en función de la supuesta visión de un líder sino, al contrario, en ayudar a cada una de las personas que lideramos a conducirse en el camino hacia su propia visión y objetivos. Esto significa que el líder no es a quien muchas personas siguen sino, muy por el contrario, el líder es quien se pone al servicio de otros para ayudarlos a conducirse por un camino que él ya ha recorrido.

Dicho en otras palabras, el líder es quien ayuda a despertar el potencial dormido dentro de la personas y lo ayuda a ponerlo en actos y en obras en el mundo. Pero primero debe cumplirse una condición primordial: el verdadero líder debe primeramente haber recorrido el camino que desea que sus liderados recorran.

¿No es acaso el drama de nuestro tiempo y de nuestra cultura el encontrar en la mayoría de las posiciones de poder y de conducción, ya sean estas políticas, de empresa o educativas, a personas que pretenden liderar a otros pero ni siquiera pueden liderar su propia vida? Para decirlo de otro modo podemos citar la sabiduría de Jesucristo: «¿Puede un ciego conducir a otro ciego, o terminarán ambos cayendo en el pozo?

El comenzar a comprender la verdadera esencia del liderazgo es, a nuestra manera de ver, el primer paso para construir un mundo donde las personas que ocupen puestos directivos sean verdaderos líderes y no, como es tan habitual hoy en día, encontrar personas, como ya digimos, que queriendo liderar a otros no pueden ni siquiera con su propia vida.

 

(c) 2006-2007 Hugo Landolfi